¡Qué abalanzo… santo
Dios!
¡Qué arquiada, qué
sacudida!
¡De solo ver la tenida
que la palpito feroz!
Pero es la lucha,
entre dos,
y el de arriba -a no
dudarlo-
está dispuesto a
buscarlo
con el rebenque y la
espuela
que anque aura’l al
chuzo le duela
mansito habrá de
sacarlo.
Por eso el recao
completo
le acomodó sobre’l
lomo
pa’ dispués, con mucho
aplomo,
sentárselé en crioyo
reto.
El campo se queda
quieto
carculando el
entrevero;
de un lao, un mozo
campero…,
del otro, la juerza
bruta…
¡Y reventó la disputa
que ganará el más
entero!
y hasta se borra el
paisaje
ante’l choque de
coraje
que a lo campero se
aferra;
las pierna’el hombre
le cierra
al animal ensiyao,
que al sentir en el
bocao
las riendas que templa
el brazo,
quiere hacerse mil
pedazos
antes que ser dominao.
Y ese corcovo violento
que al pingo, adelante
eshala,
le quiebra al sombrero
el ala
despejando el ojo
atento.
Beyaco el potro, ¡sin
cuento!
Jinete el hombre, ¡sin
duda!
Y en la lucha
peliaguda
que’n duros trazos
describo,
la punta ‘el pie, en
el estribo,
como una garra se
añuda.
El chúcaro agranda el
ojo
como pa’ ispiar lo que
viene,
y el brazo, en alto
sostiene
el rebenque, en son de
arrojo.
Naide es más ni naide
es flojo,
que’s cada cual muy
capaz…
el bagualón, un quizás
por áhi… en un bote
gana…
Mas yo opino y sin
macana
¡qué voy al hombre,
nomás…!