Yegué al campo
“Los Ombúses”
redomoniando
un “lobuno”
y al
recebirme Don Bruno,
hacer un
alto dispuse.
A desensiyar
me puse
medio al
costao de un arbusto,
pa’ mi
pingo venía justo
un respiro,
aunque liviano;
y saludarlo
al paisano
era pa’ mi
un lindo gusto.
Ricordando
tiempos idos
cuando en
su estancia pioné
y unos “bayos”
le amansé,
hablamos
largo y tendido;
¡ta que
pingos aguerridos!
aqueyos me resultaron.
Uno a uno
beyaquiaron
demostrando
ser salvajes,
pero… a
juerza de coraje…
de a poco
se m’entregaron.
También mencionó
Don Bruno
la noche
que una tormenta
desatándose
violenta
empezó a’rriar
los vacunos.
Esa jue
noche de ayunos,
lo mesmo
que’l día siguiente.
Anduvo tuita
la gente
tras de la
hacienda, lidiando,
y mucho
agua chapaliando
con ese
tiempo inclemente.
Entre mates
y ocurridos
un par de
horas matisamos.
Luego, al
palenque rumbiamos
conversando
entretenidos.
Pegó el
pingo unos bufidos
cuando levanté
el recao,
yo lo
ensiyé con cuidao
y aunque
puso el lo duro,
lo monté
estando seguro
que áhi se
quedaría parao.
Tal cual mi
presentimiento
ni se movió
el redomón,
y al
hombre, un juerte apretón
de manos le
dí al momento.
Por la
visita contento
quedaba el crioyo
Don Bruno.
Pa’ cuando
lo crea oportuno
me ofreció
que regresara,
y de paso
le mostrara
hecho
cabayo, al lobuno.
(20/06/1977)
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