Un
muchachito chicuelo
-diez
o doce años, no más-
por
gauchito y por capaz
va
a visitar a su agüelo;
ensiya,
de zaino pelo,
un
petizón de mi flor
-con
recadito cantor
senciyito
y sin alarde-,
que
como diciendo “Es tarde”
tasca
el freno, tranquiador.
Sobre’l
zaino bien sentao
pa’
lucir mejor la facha,
se
acomoda la bombacha
que
usa de puño abrochao;
un
pañuelito azulao
añudao,
de punta corta,
en
el cueyo se recorta
sobre
la blanca camisa,
la
que a las claras precisa
que
a su madrecita importa.
Poniendo
un toque de hombría
se
descabeza en la faja,
un
verijerito, “¡alhaja!”
que
anda con él, todo el día;
y
si su cara -diría-
se
agranda en el serio gesto
queda’l
pronto descompuesto
pues
alegre balancea
la
borla gris, que voltea
de
la boina que se ha puesto.
Y
ya’garra por la caye
que
yaman de “La Cañada”
mientras
que al recao colgada
la
maleta, es un detaye
(de
seguro adentro se haye
un
presente pa’ ofrecer).
Si
hasta me malicio creer
que
al verlo yegar, de lejos
“-¡Hijo’e tigre -dice’l viejo-
overo tenía que
ser!”
(13/05/1994)
Carlos Raúl Risso E.-