Canta un
chingolo posao
sobre verde
cina-cina,
al tiempo
que’l sol se inclina
a un
horizonte rosao;
sombras de
un monte enlutao
l’oscurecen
ridepente,
mientras
muy tímidamente
al borrarse
del paisaje,
mira’traves
del ramaje
haciendo un
guiño doliente.
La brisa,
fresca y serena
que ha
comenzao a soplar,
de pasada
va’pechar
de un sausal,
cáida melena.
Por la
laguna resuena
el grito
que un chajá entona;
un tero, se’n
valentona
pa’
disimular el nido,
y va en un
quieto volido
una lechuza
yorona.
Varios potros
retozando
lo hacen
tronar al potrero,
y en una
loma, un overo,
disconfiao,
está oservando;
da un
relincho y disparando
va a los
otros alcanzar,
molesta en
su retozar
a varias
vacas echadas,
que a causa’e
la’tropeyada
se tuvieron
que parar.
Se ven pájaros
cruzar
que pa’ los
montes rumbean,
a los
árboles campean
pa’ayí la
noche pasar;
yegan,
cantan… y el trinar
que de sus
pico’ha nacido
parece como’frecido
en un
homenaje al sol,
que ha
teñido de arrebol
al campo
cuasi dormido.
Con el
frescor que le ofrenda
este nuevo
atardecer
un resero,
hace mover
con lentitú,
a la hacienda.
Un poncho
bayo es la prenda
qu’echó a
la grupa’el recao,
porque’l
viaje que ha’cetao
no es p’hacerlo
a dos tirones,
y pa’él, no
hay ocasiones
de andar
desacomodao.
Cuando el
sol ya derrotao
no briya más
en el cielo,
un cantar -que’s
un desvelo-
los griyos
han entonao.
Tuito el
cielo se ha estreyao
pa’ que lo
cruce la luna,
la que
tiene la fortuna
enorme, de
plata un disco,
y a la que’l
sol, por arisco,
entre sus
brazos no acuna.
(07/05/1970)
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