Mi padre era chicuelón
ayá
por los años treinta
y
ya estaba, saque cuenta,
escondido
este facón
en
el alero gauchón
ande
se cruzan dos chapa’,
casa
en qu’endimás, de yapa,
las
armas no eran bien vistas…
Mas
nunca tuve una pista
si
era de persona guapa.
¿Quién
lo escondió? No se sabe.
¿Por
qué motivo…? Tampoco.
Al
tiempo pasao evoco
y
malicio un hecho grave.
No
es que tal cosa yo alabe,
pero
me intriga en verdá
conocer
la rialidá
y
saber quién lo escondió.
¿Familiar?
No creo, no.
¿Un
conocido?, quizá.
La
vaina, del lao de atrás,
tiene
un corte de’sprofeso
y
está mostrando con eso
una
agarradera más;
no
era cualquier cachafaz
el
que terció en su cintura
daga
tal, de’mpuñadura
de
antiguo cabo de plata;
si
alardiaba su bravata
carculo,
no habría flojura.
Cincuenta
años por lo menos
durmió
oculto su destino,
y
que va por mi camino
hace
otros cuarenta plenos.
Con
aceros de los güenos
está
su hoja bien templada
y
a su vaina descarnada
de
senciya y negra suela,
la
visitó la gaucha escuela
de
Ameghino, de Ensenada.
Un
cumpa “veinticinqueño”
me
torió pa’ que algo escriba
y
acá está la historia viva
del
‘fierro’ de que soy dueño,
pero
anque aura ponga empeño
ya
no encontraré un testigo
pa’clararme
lo que digo
de
su dueño misterioso
que
la verdá a su reposo
se
yevó y duerme a su abrigo.
(11/10/2023)
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