Tañe’l cencerro y al son
de su canto melodioso
vibra el bronce, de alborozo
viendo el campo en su estensión;
es el cencerro, emoción
que a más d’entablar mis pingos
entropiya sin distingos
mis más camperas cuestiones
que a veces, se hacen canciones
pa’l fogón de los domingos.
A la fiel madrina overa
-que’s vistosa y obediente-
me acoyaro mesmamente
que’l “ciervo” a la cogotera;
con eya, yendo p’ajuera,
al pago más alejao
hemos ido ante’l mandao
de un trabajo sin encierro,
siendo el tañir del cencerro
un rumbo en lo descampao.
Y anque pueda que un cabayo
le haiga cambiao al entable,
al cencerro, inseparable
de la “overita”, lo hayo.
Y si lo dicho detayo
es que una güelta, apretao,
de una yunta, acongojao
me desprendí con gran pena
… cuando enfermó mi Azucena
y l’atendí en el poblao.
De andar tanto, es que aseguro:
¡tengo un amigo de fierro
en el sonar del cencerro
que se me hace claro y puro!
Por eso, siempre procuro
-sin que me apoque ni asonce-
hablar prudente, y entonces
decir fiel, a mi mandao:
¡quiera Dios que lo qu’he hablao
tenga el tañido del bronce!
No hay comentarios:
Publicar un comentario