Gauchamente, a Rubén Icardi,
“en amistá de amigos”, como decía
Don Eleodoro Marenco
a
visitarla a la mama,
y
una manta pa’ la cama
le
yevé, de urdimbre gruesa,
el
tejido de dos piezas
hablaba
del telar crioyo;
seguro
en su desarroyo
una
vieja tejedora
volcó
el saber que atesora
de
un pasao que’s sin embroyo.
¡Qué
contenta que se puso!
(…no
sé si por verme a mí
o…
por eso que le dí…)
y
ya matiar me propuso.
Y
se adentró con abuso
a
prieguntar de mi vida,
de
mis idas y venidas
en
mi güeya de tropero,
de
alguna china… “pues quiero
verlo que feliz
anida”.
Salió
a bostiar el amargo
y
ya dentró a la cocina
mientras
la dicha ilumina
su
ojos, de mirar largo;
aún
no es vieja y sin embargo
está
ajada por la vida
pero
es ágil, comedida,
servicial
y sin empacho
de’mpardarlo
hasta’l más macho
en
la fáina más cumplida.
Unos
cinco años atrás
cuando
eché’l recao a un bayo
eya,
montada a cabayo
me
apadrinó muy capaz.
Mi
padre, por cachafaz,
alzó
güelo, distraído,
y
jue tan largo el volido
que
nunca encontró el regreso.
Pero
eya estuvo, y un beso
jué
caricia y jué vestido.
Con
mi hermana María Luisa
pueblan
un rancho gauchón
cerca’e
la casa’el patrón
qu’éste
siempre las precisa:
lavan,
planchan y revisan
la
ropa del personal;
tienen
más de un animal
de
campo y de gayinero
y
está en la quinta el esmero
pa’l
puchero más formal.
Y
anque me juí de la estancia
pa’
probar otro destino
¡nunca
me olvido ‘el camino!
y
sé cáir, sin arrogancia.
Como
aura, que la distancia
acorté
pa’ una visita,
que
mi güena madrecita
merece
m’esté unos días
y
es su dulce compañía
¡lujo que se necesita!
La Plata, 20/08/2019
Versos de Carlos Raúl Risso
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