Rancho… que triste has de’star
por
el yuyal ocultao,
tus
paredes ha gastao
el
viento en su galopiar;
vos
que supiste aguantar
yuvias,
vientos, temporales…
hoy
solo mirás tus males
y
olvidas las alegrías,
del
bullicio que tenías
cuando
reías a raudales.
Un
día, el que’n vos vivió,
al
perder su compañera,
viendo
la vida señera
de
tus entrañas marchó;
él
a vos, no te explicó
total,
no le entenderías,
y
vos nada comprendías
aunque
tuito contemplabas;
tan
solitaria quedabas
como
el que se despedía.
Sola
enfrentaste de a pie
los
pechazos del pampero,
que
te golpiaba altanero
sin
esistir un por qué;
a
vos te guiaba la fe
y
aguantabas, ansí pienso,
sin
darte cuenta que el lienzo
de
los años te’mponchaba,
y
que’n silencio afluejaba
un
viejo horcón, ya indefenso.
Y
cuando cayó vencida
la
cumbrera de tu techo,
se
acunó junto a tu pecho
una
inmensidá dormida;
ansí
dejabas la vida
pero
mirando pa’l cielo,
porque
al ir buscado el suelo
el
uncal de tu melena,
quedó
encendida una pena
pa’
tu eterno desconsuelo.
Y
en vez de ser un despojo
eso
que ayer jue tu techo,
miró
el cielo satisfecho
abierto
como un gran ojo.
Rodió
el sol, tu cuerpo flojo
con
sus chuzas de calor,
y
te’mponchó con amor
la
luna en sus noches claras,
y
las estreya’en tu cara
reflejaron
su esplendor.
Hoy,
cuasi ya está derruida…
con
la’rmazón muy bichoca,
y
el viento apenas te toca,
te
sacude sorprendida;
en
tu interior solo hay vida
de
una que otra comadreja,
sin
pronunciar una queja
sabés
oscuro el mañana;
hoy…
solo un ombú se afana
por
cuidar tu estampa vieja.
(30/05/1970)
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