Anda un
cencerro amadrinando sombras
preanunciando
el entable’e las estreyas,
y ayá a lo
lejos, por transidas güeyas,
la
puesta’el alazán, al campo asombra.
Hay un
chorriar de rosas que cuartea
hasta más
no poder, la luz del día;
y en ese no
afluejar en que porfía
se hace’l
sol brasa’e pucho y parpadea.
Un
alborozo’e teros lo saluda
mientras
dejan su guardia a los chajases
y por la
acacia en flor, dos mangangases,
acunan el
sumbido de la duda.
Tercia un
griyo su trova de rodajas
ese antiguo
arrastrar de nazarenas,
y una
chicharra oculta, cuasi apenas,
responsa
una calor que jué a barajas.
¿Qué’stuvo
el día pesao… no hay duda alguna!
lo dicen en
silencio los malvones,
y mi
patrona en agua de ilusiones,
le vertie
el anticipo de la luna.
Pa’nde la
vista el horizonte alcanza
lo que’ra
el monte ralo de las talas,
es un bulto
emponchao de oscuras galas
tendido
sobre un campo que descansa.
Hay un
relincho corto del nochero
que acoyara
un yamao… con una queja,
porque
tañe’l cencerro que se aleja
con la
tropiya’l fondo del potrero.
Y en ese
estarse’l día entre dos luces
-que’s un
rumbiar de fijo hacia la noche-
ya se asoma
la luna y es un broche:
su humilde
claridá entre dos ombuses.
Mientras le
busco el fresco a la jornada
lindamente
sentao bajo el alero,
hayo en el
cimarrón, un aparcero,
descansando
en el campo la mirada.
(18/09/1984)
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