La mira con disimulo
pero con cierta insistencia,
y eya, con indiferencia
mentida, se arregla un rulo.
El mozo tendrá -carculo-
como unos dieciocho abriles,
y endemientras los candiles
ponen sus luz de penumbra,
la muchachita relumbra
por sus años juveniles.
Demuestra su estampa tierna
que ya despunta a mujer
el encanto de tener
natural pureza eterna;
en sus quince años alterna
el amor… con la inocencia,
y hace un dejo de impacencia
cuando un muchachón resero,
la invita a un baile campero
con sobrada reverencia.
Que ¡no!, sin dudar contesta
y mientras bajo suspira
con mucho recato mira
al mocito… por respuesta.
Y él, al verla ansí dispuesta,
armándose de coraje,
sale dentre’l paisanaje
y cuando anuncian: ¡Firmeza!,
con tuita delicadeza
la invita en crioyo homenaje.
Eya siente que su pecho
le zapatea de alborozo
al ver los ojos del mozo
que’stán a tan corto trecho.
Pero anque’l ¡sí! es un hecho
busca a su mama sumisa
y cuando un gesto le avisa
que tiene el consentimiento,
mira al mozo, que contento,
los flecos del poncho alisa.
Endispués de la firmeza
siguieron gatos y güeyas,
y en los ojos d’él y d’eya
campea alguna luz traviesa.
Se destaca una promesa
que irá cargada de ardor,
y cuando ya un resplandor
anuncia el nacer de un día
eyos sueñan su alegría
“en el alba del amor”
(1/10/1981)
domingo, 26 de diciembre de 2010
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