Madalenense,
señores,
pa’
más: del Paraje “el Pino”
-viejo
cruce de camino
del
pago de mis mayores-;
soy
surero -aunque hay mejores-
dende
los pies al sombrero.
En
cualquier rancho campero
comienzo
a desensiyar,
y
no sé hacerme rogar
si
hay que versiar, aparcero.
Nací
aya por la mitá
del
siglo que va corriendo
y
mi canto, va diciendo
de
senciyés y amistá;
mi
ranchito es la humildá
de
mi vida de campero.
El
trabajo es mi ladero
y
el oservar es mi cencia,
porque
se toma concencia
viendo
lo que’s verdadero.
Me
gusta ser un testigo
de
las cosas campechanas,
y
a caminar voy con ganas
montao
en mi pingo amigo.
Entonces
siento el abrigo
de
que’l campo me rodea,
y
despriendo la manea
que
traba mi pensamiento;
voy
silbando con el viento
mientras
mi flete tranquea.
Es
mi gusto el apreciar
lo
que a mi costao ocurre,
y
mi vista no se aburre,
tuito
me gusta mirar:
ver
el vacaje pastar
tranquilo
junto a un arroyo,
el
saludo de algún crioyo
que
anda por otro potrero,
o
el trabajo de un hornero
sacando
barro de un hoyo.
Me
gusta si están versiando
entreverar
mi decir,
y
las tabas sacudir
despacito,
malambiando.
Me
gusta de vez en cuando
ya
yegada la ocasión,
priendérsele
a un “pericón”,
un
“triunfo”, una “hueya”, un “gato”…
Lindo
es matiar largo rato
en
derredor del fogón.
Y
también en un fogón
me
gusta el oír contar,
algún
relato sin par
por
un crioyo ya viejón.
Y
aura, va mi saludón
en
ésta, mi crioya mano,
que
ya me reclama “el ruano”
relinchando
en la tranquera,
les
digo: “Hasta que Dios quiera,
con
su licencia, paisanos”.
(15/05/1970)
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